El punto de partida de mi trabajo artístico está en el imaginario que creamos entre todos y que distribuimos en nuestras redes sociales. En las redes, cada cual intenta dar su mejor versión, estetizando unos aspectos de su vida y ocultando otros, buscando de alguna manera expresar su yo, su individualidad. En esa marmita gigante de sopa de letras e imágenes, dicha individualidad es en realidad un espejismo. Al final, en general, todos nos sacamos la misma foto, poniendo la misma cara, en el mismo lugar. Nuestro intento de expresión individual acaba por acentuar nuestra propia mediocridad como comunidad.
En este ambiente uniforme, lleno de sonrisas, pies en la playa, comida, bebida y gatos, busco gestos, acciones o momentos, que, de forma casi siempre involuntaria, expresan algo diferente. Me interesa cuando un personaje está haciendo algo que no tiene sentido (el absurdo) o que no se sabe qué es (lo misterioso). Me interesa porque ahí se genera curiosidad. Prefiero no revelar la solución a la incógnita, con ese truco se crea un misterio, un punto de partida para que el espectador especule y complete la obra.
(…) la solución del misterio siempre es inferior al misterio. El misterio participa de lo sobrenatural y aun de lo divino; la solución, del juego de manos.
Jorge Luis Borges, El Aleph.
Partiendo de esta colección particular de imágenes absurdas, arranca el trabajo artesanal de la pintura. Al pasar horas, días e incluso meses manufacturando una superficie, se establece un vínculo con la misma. Este cariño dota de dignidad al resultado, que de alguna manera convierte en eterno algo que estaba destinado a desaparecer en el lo más bajo del scroll del muro de una red social. Algo pintado es relevante por el hecho de estar pintado. El contexto institucional del arte acaba por terminar de dignificar el objeto, convirtiéndolo en artístico, aportando así nuevas lecturas posibles. Así se transforma un contenido etéreo e irrelevante en una pieza física con lecturas potencialmente infinitas.
En lo formal, paisajes intercambiables enmarcan a personajes que hacen cosas. El lenguaje pasa por lo fotográfico, lo chillón, el realismo y la querencia por las composiciones complejas llenas de personajes.